viernes, 11 de mayo de 2018

“Cuestiones vitales”


 “Las democracias actuales (…) tienen que enfrentarse, para sobrevivir, a poderes privados neofeudales mucho más grandes aún, mucho más poderosos y mucho más ramificados planetariamente, de lo que lograron soñar jamás las más codiciosas dinastías ()… de la generación de nuestros abuelos y bisabuelos.”
Antoni Doménech.
El debate sobre el mejoramiento continuo de nuestra forma de ejercer la democracia, el gobierno y el poder socialistas, no debe limitarse a proponer como icónicas las ideas, las concreciones históricas y las experiencias de la tradición política y filosófica del republicanismo.
 Elevarse sobre los hombros de gigantes sólo tiene sentido si es para ir más allá,  es decir,  ser capaz de hacer una adecuada interpretación creativa a tenor de las condiciones actuales. Si para algo nos ha de servir el conocimiento histórico acumulado y lo mejor y más vigente del marxismo, es para no olvidar que la situación histórica real debe ser la piedra de toque de la creatividad y las soluciones a viejos y nuevos problemas. 
Acudir al venero del pasado, no sólo es inevitable, sino imprescindible. Pero resulta tanto más imprescindible cuanto  mucho más necesario es, – por razones que no merecen argüirse dada su simple evidencia -, crear a partir de las nuevas condiciones mundiales y su interacción, influencias y condicionamientos que imponen en los ámbitos nacionales. En palabras de Antoni Domenech, refiriéndose a los aportes de Marx, es necesaria la “estimación sin ilusiones de las circunstancias en que se desenvuelve la acción política”.
Ni qué decir tiene que el análisis de esa interacción es una tarea de suyo complejísima, complicadísima, porque sus elementos constitutivos están en continua dinámica, complejidad  incapaz de ser abarcada por un solo individuo que no sea un genio renacido al estilo de los grandes pensadores de la humanidad. Pero es preciso crear, palabra de orden, según la divisa de Martí y Mariátegui, que es sinónimo de revolucionar. Evolución que no es fase determinada de una revolución, deviene involución.
Ciertas propuestas que hoy hacen los estudiosos críticos del sistema político y eleccionario cubano, entre aquellos que se declaran al servicio del ideal socialista, en ocasiones pareciera que se limitan, casi exclusivamente, al análisis de la tradición, pero sin incorporar consideraciones ante la complejidad de la candente realidad del predominio capitalista actual.
En temas como el republicanismo y la democracia, quizás por la dificultad de salir de las horcas caudinas de las competencias personales adquiridas por la especialización, parecieran tales propuestas no estar aptas para valorar cómo los factores de las dinámicas interno-externas que signan el mundo actual exigen, a partir del examen del pasado útil, proponer soluciones que no olviden la enorme complejidad de las interdependencias salvajemente asimétricas que hoy se exacerban y agudizan entre las naciones dominadas o agredidas por las potencias agresoras y dominantes.
El tipo de análisis a que nos estamos refiriendo, de corte académico e investigativo, sigue la ruta de la tradición republicano democrática que va desde la antigüedad clásica, pasando por cómo la entendió y aplicó el pensamiento de la Ilustración, hasta abordar la experiencia nuestro-continental, sobre todo la relativamente reciente de aquellas naciones latinoamericanas que han intentado revertir los aspectos más negativos del capitalismo,  implementando ordenamientos constitucionales que se consideran de avanzada cuando han arribado al gobierno respetando los procedimientos democráticos al uso, pero sin lograr el control real del Poder. Lo que sólo es posible, en las condiciones actuales, como resultado de una revolución radical. Esos países afrontan las consecuencias que les imponen tanto el capitalismo básico que subsiste en sus límites nacionales, como las agresiones de amplia gama que se originan en el capital transnacional y las entidades a su servicio en contubernio con aquel. 
Sólo el hecho contundente de esas enormes dificultades que ya se presentan casi menos que insuperables, merecería que el pensamiento que le propone a Cuba adoptar determinados aspectos de esas constituciones, o que siga al hilo las formas históricamente cristalizadas en otras condiciones, fuera revisado con mucha más profundidad e intelectual responsabilidad.
Pese a todo lo que pueda y deba ser cambiado, el sistema cubano detenta tanto el Poder como el Gobierno al servicio de su país, con una arquitectura de original simbiosis que propicia la representación y participación. A cambio de ponerlo aséptica y académicamente en entredicho, la tarea de proponer cambios no debe sustraerse de  la elemental consideración de valorar sus consecuencias. El cubano es un sistema que no ha podido ser derrotado, cuando otras modalidades, elogiadas y aceptadas como democráticas, exhiben fisuras que, en los hechos, se muestran sumamente frágiles y propicias a ser violadas por quienes traicionan  los mismos preceptos que exigen cuando no les conviene. ¿El investigador no debiera preguntarse por qué eso no ha sucedido con Cuba? Y teniendo en cuenta las respuestas que encuentre, ¿no debiera examinar sus propuestas?
En la prensa privada recién aparecida en Cuba bajo el signo de Obama se afirma  que “A cuatro décadas de creado, se puede constatar que el modelo institucional cubano no ha sido seguido por ningún país en América Latina, incluidos aquellos que han desarrollado procesos revolucionarios o progresistas desde la segunda mitad del XX hasta hoy.” La constatación parece sugerir un juicio de valor con respecto a la soledad de la experiencia cubana, pero en todo caso podría también afirmarse que,  no por no seguir el modelo institucional cubano, sino por razones que debieran estar bien a la vista de la reflexión intelectual, sin mayor esfuerzo, tales ”procesos revolucionarios y progresistas”, pese a sus modelos institucionales distintos al cubano, y los aportes positivos de sus constituciones, pese a sus riquezas materiales sustancialmente superiores, sin embargo, no han podido garantizar un curso razonablemente equilibrado de sus experiencias, y sobreviven, frágiles bajo la perenne amenaza, – gracias al juego de la democracia que se ven obligado a jugar –, de ser cambiados de rumbo tan inopinada como bruscamente, por medios pacíficos o violentos, incluso por elementos de los mismos partidos donde se nuclean e impulsan esos esfuerzos y aportes. No otra es la lección de la suerte tambaleante de la “revolución ciudadana” del Ecuador en estos momentos.
En todo caso, los ordenamientos existentes en esos países  y la subsistencia del capitalismo permiten, y en cierto modo condicionan, la judialización de la política  hasta llegar a las más descaradas violaciones de lo que consideran como el modelo mismo de la Democracia, y hacen estallar los presupuestos legales mismos de cualquier forma que adopten el Estado y el Gobierno. El caso del Brasil de Lula, la argentina macrista en persecución de la presidenta anterior, y la “extraña” deriva de los acontecimientos de este mismo minuto en Ecuador, más el reflujo derechista en marcha, son pruebas contundentes de las numerosas grietas por las que, en los sacrosantos sistemas “democráticos” al uso, se descalabran las iniciativas “progresistas y revolucionarias” que no cambian lo que tiene que ser cambiado, que son las bases del poder capitalista. Y causas ellas mismas de que tales hechos se produzcan con casi total impunidad.
Cuba no tiene por qué asumir  consideraciones que no han pasado todavía la prueba fáctica de su eficacia, sino que, todo lo contrario, se muestran sumamente funcionales al capitalismo para ser manipuladas, inficionadas, desvirtuadas, desmontadas, entre otras razones, por la profunda asimetría de los poderes mediáticos, económicos y culturales del mundo actual.
Si aceptamos que el  socialismo, (por lo menos en este instante de la historia con respecto al capitalismo realmente existente) es el ideal más próximo por el momento al gobierno de y en provecho de los que menos tienen, y la única esperanza de todos los desposeídos, “la parte de los sin parte”, raíz primigenia de lo que significa la democracia, y si, por el contrario, ordenamientos sociales y constituciones criminales como la pinochetista se blindaron de tal manera que aún su columna vertebral campea, es sólo un ejemplo entre varios, después de la “concertación” chilena, y “la vuelta a la democracia”, ¿por qué impugnar la forma en que Cuba intenta asegurar con toda justicia la suya?, ¿por qué negar que su sistema de candidatura es creadoramente democrática para las condiciones actuales tanto internas como externas?¿Por qué sugerir la pertinencia de una separación de poderes, que, aunque se niegue, evoca la fallida clásica (fallida para los protagonistas de la democracia, es decir, para los “thetes” del ideal griego), allí donde quiera que pretende funcionar o ha intentado hacerlo?
Pretendiendo “empoderar al pueblo” al estilo del republicanismo académico (empoderar, vocablo que se convierte en palabreja de moda, porque se oye en labios que no debieran mancharla), en las actuales circunstancias históricas, y específicas de Cuba y el continente, ¿no estaríamos debilitando la garantía de la resistencia (y eso sí que ha funcionado), que ha sido capaz de imponer Cuba hasta el momento? En todo caso, una y otra cosa, tanto las enseñanzas de la tradición, como una evaluación de “de la situación histórico-real y de los elementos realmente existentes de contestación política o social de la misma”, debería ser tema de atención, y no sólo uno de sus aspectos.
En diálogo de una película cubana reciente, un personaje sugiere que vivimos encerramos en una burbuja para no contaminarnos, y pareciera que sugiere darle el pinchazo que la “libere” hacia la “normalidad”. ¿Vamos a considerar que un sistema republicano a la orden de la teoría podría ser una  burbuja impenetrable? Porque toda la experiencia histórica, pasada y reciente demuestra, simplemente, que sea cual sea la excelencia democrática o no del mejor de los diseños, sólo basta molestar para que la burbuja explote al instante y se expanda hacia la “normalidad” deseada por los que exigen la democracia y no la respetan, y no precisa ni principalmente por sus manquedades internas.
Apenas hay que acudir al pasado para corroborar la génesis y regularidad de ese proceder, pero puede ser algo más que una “curiosidad”  muy conveniente en estos tiempos, recordar  lo que le respondía Marx a un entrevistador en el año 1871, que nos puede parecer tan lejano, pero que es tan actual. La pregunta final y la respuesta de Marx de aquella entrevista, mientras Marx vivía en Londres: 
R.: Parecería que en este país la esperada solución, cualquiera que ella sea, podrá alcanzarse sin los medios violentos de una revolución. El sistema inglés de agitar mediante los discursos y la prensa hasta que las minorías se conviertan en mayorías es un signo esperanzador.
Dr. Marx.: En este punto no soy tan optimista como usted. La clase media inglesa se ha mostrado siempre bastante deseosa de aceptar el veredicto de la mayoría con tal de seguir disfrutando del monopolio del poder de voto. Pero créame, tan pronto como se encuentre superada en las votaciones por lo que considera cuestiones vitales, veremos aquí una nueva guerra de esclavos contra amos.”
Cuando el pensamiento, las fuerzas y los intereses que bien conocemos halaguen, publiciten o reconozcan algún aspecto de los cambios que en Cuba se han producido o han de sobrevenir, ello será indicio suficiente de que nos hemos equivocado o estamos a punto de hacerlo. Cuanto nos exijan o critiquen esas mismas fuerzas y sus intelectuales orgánicos, no será para el bien de nuestro proyecto.
Por otra parte, los que honestamente busquen mediante la crítica y el estudio el perfeccionamiento, o el mejoramiento del sistema cubano, pero en la ruta del socialismo, y sin perder de vista que pese a todos los vericuetos y retrocesos de la historia, la humanidad, – que no sólo Cuba -, no puede ya renunciar ni a ese, ni al ideal comunista, debieran ir más allá de los intereses y las exigencias académicas, de sus personales aunque puedan ser nobles ambiciones, y seguir con lúcida humildad este criterio de pura raigambre marxista, que pertenece a un brillante filósofo y defensor, precisamente, del republicanismo democrático fraternal: “creo que lo primero que hay que evitar es ‘el utopismo intelectualista’, la idea, esto es, de que esas ideas – fuerza pueden ser diseñadas o excogitadas, según preceptos morales o políticos-normativos, independientemente de la situación histórico-real y de los elementos realmente existentes de contestación política o social de la misma”. Antoni Domenech.

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